Para no dejar de cumplir con un viejo ritual, Oscar Arias la
emprende una vez más contra la Revolución Cubana. Es uno de sus viejos temas,
producto de su recrudecido encono, contra uno de los procesos sociales más
profundos y ejemplares de nuestro tiempo.
Si ponemos a un lado sus declaraciones contra el bloqueo
económico, que la nación más poderosa de la Tierra ejerce contra un pequeño
país del continente, jamás, que podamos recordar, Arias ha utilizado alguna de
las innumerables tribunas a que ha tenido acceso a lo largo de su vida, para
condenar las miles de muertes de inocentes que la permanente agresión de los
Estados Unidos le ha causado a Cuba, o los millares de actos de sabotaje contra
el esfuerzo productivo de un país pobre y tecnológicamente atrasado, o se ha
condolido por los cientos de provocaciones, intentos de asesinato de sus
dirigentes y guerra bacteriológica incluida, como el dengue hemorrágico o la
fiebre porcina, que la Agencia Central de Inteligencia, CIA, lanzara contra
Cuba, con saldo de centenares de vidas y daños económicos.
Menos aún, ha aprovechado los innumerables foros adonde lo
lleva su retórica antibelicista, para exigir la liberación de cinco jóvenes
cubanos, presos políticos en las cárceles de los Estados Unidos, víctimas de
«un sistema judicial de independencia cuestionable», por emplear sus palabras,
pero mejor decir, un sistema judicial retorcido y perverso, recluidos en celdas
de aislamiento, imposibilitados de ver a sus familias, y todo por el delito de
luchar contra las acciones terroristas que desde ese país, se despliegan a
diario contra Cuba.
A Usted, Oscar Arias, jamás lo hemos visto ni lo veremos, en
el despliegue de un gesto que lo dignifique como hombre de principios, capaz de
reconocer esa inmensa cuota de humanidad que ha acompañado la mayor parte de
los actos de la Revolución Cubana a lo largo de 50 años. Jamás su solidaridad
se ha puesto del lado de la reforma agraria, de la reforma urbana, del sistema
de salud más desarrollado de todo el continente, de la rigurosa formación
intelectual de los niños, los adolescentes y los adultos jóvenes, o de las
decenas de miles de médicos, maestros y profesionales repartidos por el mundo,
luchando a brazo partido por el don de la vida, el bienestar, las primeras
letras y la cultura, que el mundo desigual e insolidario les niega.
De modo que hay que ser, o inmensamente ruin o inmensamente
ignorante, para afirmar «que en la práctica, Cuba aplica esa solidaridad
únicamente a sus simpatizantes». En todos estos años Usted, Oscar Arias, ha
hecho coro siempre, sin perder la oportunidad, con los bloqueadores, los
saboteadores, los homicidas y agresores, los mercenarios, los plumarios y
escribidores a sueldo, cuyo único objetivo es la derrota de Cuba, la rendición
de Cuba e incluso, la destrucción de Cuba. De modo que no hace falta decirle
eso «de ser un lacayo del imperio», porque es Usted mismo, el que ha traído a
cuento ese asunto del lacayismo.
Pero en todo lo concerniente a su diatriba, se enfrenta uno
a varias dificultades. Aquí, en Costa Rica, las personas medianamente
informadas lo conocemos bien, pero en otras partes lo califican a Usted como
una gran personalidad. Entonces ¿para quién escribimos? En el exterior, la
gente debe pensar que desvariamos, cuando decimos que Usted es un ególatra o un
narcisista y un individuo capaz de mentir sin inmutarse.
Aquí, en Costa Rica, casi todos sabemos los millones del
erario público que Usted ha invertido en fortalecer su imagen; en convencer a
la gente sencilla que Usted es algo así como un gran hombre, una gran figura de
reconocimiento universal. Quienes lo conocemos, podemos reconocer de cerca sus
ventajas, pero sobre todo sus miserias y es así como lo hemos visto en decenas
de oportunidades, hablar con entusiasmo de sí mismo. Aquí sabemos que Usted es
capaz de condenar a otros, por las formas de comportamiento de las que Usted es
un ejemplo vivo. Dice: «Siempre he luchado por una transición cubana hacia la
democracia»; luego habla de «régimen pluralista» y de «demostrar que puede
aprender a respetar… sobre todo los derechos de sus opositores». Y para cerrar
con broche de oro agrega que «en una democracia, si uno no tiene oposición,
debe crearla».
En Costa Rica, los auténticos demócratas y patriotas,
luchamos ahora por una «transición costarricense hacia la democracia», esa
misma que Usted se ha encargado de socavar y hacer añicos. Resulta que, para
decirlo en pocas palabras, es público y probado que Usted violó de manera
flagrante la Constitución Política y sometió a su arbitrio al Poder Judicial a
fin de reelegirse; que liquidó la independencia del Poder Legislativo y sobornó
con millones a algunos diputados abyectos; que participó en el referéndum del
TLC a pesar de la expresa prohibición constitucional y legal y encima, lo hizo
junto al embajador gringo y juntos, amedrentaban a los obreros en las fábricas
¿lacayismo? Aquí sabemos que estimuló la destrucción sistemática de bosques
ubérrimos, con un decreto que declara de «interés público» la minería de oro a
cielo abierto y así entregarle la explotación a un consorcio transnacional,
¿lacayismo?; sabemos que violentó las libertades sindicales, expulsando de los
muelles de puerto Limón, a una Junta Directiva legítima, para colocar otra,
formada por esquiroles adictos a los inmensos intereses foráneos que se mueven
en la concesión de esos muelles a una corporación privada ¿lacayismo?
Y bueno, quizá pueda Usted explicarle a la gente honrada del
mundo ¿por qué razón me arrebató arbitrariamente el programa de televisión,
llamado «Diagnóstico» que por 17 años conduje desde el canal 13 y el que, por
sus invitados, fue reconocido como uno de los mejores programas de opinión del
país al concedérsele el Premio Nacional «Joaquín García Monge»? ¿O sería que mi
simpleza me impidió apreciar que con ese cierre, Usted había decidido crear la
oposición que no tenía?
Usted puede continuar jugando de «valiente», cada vez que
ataca a Cuba, mientras cierra la boca ante los millares de presos políticos que
el imperio americano ha repartido por el mundo, secuestrados de sus países,
aislados y desconocidos, privados de los derechos más elementales, torturados y
vejados como parte sustantiva de las vergüenzas de nuestro tiempo.
Solo deseo terminar estas letras, parodiando una frase que
leí hace muchos años y que ahora cabe muy bien: «Oscar Arias y la Revolución
Cubana; o las enojosas deliberaciones de la paja seca ante el fuego».
Articulo: Alvaro Montero Mejía
Fuente: Juventud rebelde
12 de marzo de 2010
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