En un material que escribimos junto a nuestra compañera
Laura Pérez Echeverría y que aún no hemos publicado, comenzábamos diciendo lo
siguiente:
“Una de las mayores
carencias de nuestro movimiento social y político, y probablemente el de
algunos otros países de América Latina, es la ausencia de un debate permanente
sobre la realidad nacional. Es justo recordar que, hace ya muchos años, al
comienzo de los años 70, un notable intelectual y pensador costarricense, hoy
desaparecido y con quien mantuvimos notables diferencias, Rodolfo Cerdas Cruz,
llamaba insistentemente al conocimiento y discusión sobre la realidad nacional.
Aún no hemos avanzado lo suficiente en ese terreno.
La tarea sigue pendiente.
Si logramos impulsar la discusión, con profundidad y tolerancia, entre todos
los interesados en los cambios sociales de Costa Rica y sobre todo, sobre las
vías y los procedimientos para la realización de esa ímproba tarea que
constituye la derrota del neoliberalismo y la continuación del proyecto social
nacional, con seguridad alcanzaremos éxitos”.
No cabe ninguna duda de que los pueblos, aún pequeños y con
un escaso desarrollo, como es el caso de Costa Rica, acumulan reservas éticas y
morales que son el resultado de su quehacer y, sobre todo, de sus luchas y sus
conquistas sociales.
Siempre se repite que los pueblos tienen una memoria corta,
pero no estamos de acuerdo. Hay momentos y circunstancias en que afloran a la
superficie las experiencias de lucha, la conciencia acumulada en las batallas
cívicas y en esos momentos, los pueblos parecen recordar hasta en sus menores
detalles, el empuje y la determinación que puso en esos combates.
Cualquier ciudadano medianamente informado sabe que
sóloexiste una manera de producir riqueza y crear bienestar: trabajando mucho y
distribuyendo mejor. En Costa Rica, tal como lo han señalado importantes
estudios realizados por especialistas o expresado con insistencia en los
materiales del “Estado de la Nación”, la producción crece lentamente y la
riqueza producida se acumula en muy pocas manos.
En esas condiciones y en el corto
plazo, solo existe un modo de hacerle frente a las crecientes necesidades de la
población tales como vivienda, salud y educación, que se han considerado
siempre como las urgencias vitales inmediatas de las grandes mayorías sociales.
Es posible, si se logra trasladar una parte de la riqueza producida y de las
ganancias del capital, a la solución de esas urgencias.
Pero cada pueblo debe resolver estos problemas apoyado en
sus características nacionales y sus particularidades históricas. Por eso no
constituye en absoluto una apreciación chovinista hacer acopio de las
experiencias del proceso de desarrollo nacional de Costa Rica y hacer énfasis
en los aspectos positivos que ese desarrollo ha tenido. Cada pueblo, en su
corta o larga historia, exhibe sus particularidades, hace aparecer la evolución
y las condiciones en que han forjado su identidad, no como una vitrina para
exhibirlos sino para aprender, repetidamente, de ellos.
Una incorrecta valoración de las particularidades propias de
cada pueblo, imposibilitan a los luchadores sociales y a todos los que se
proponen construir una sociedad mejor, para saber cómo y de qué manera
proceder.
Porque una nueva sociedad no se decreta, por capaces y
respetables que sean sus proponentes o dirigentes sociales. Y ésa es,
precisamente, la característica fundamental de una Revolución Social, que pone
en tensión toda la potencia constructora de un pueblo, el que en difíciles y
prolongadas jornadas, transforma y aprende, aprende y transforma, hasta dotar
el proceso social de la madurez y la fuerza necesarias para que esos cambios se
preserven y se mejoren.
Por eso los cambios sociales y las revoluciones sociales, no
pueden simplemente decretarse. Las leyes o los decretos que definen propósitos
transformadores, son una parte, sin duda decisiva, de la movilización y la
conciencia de los pueblos que conduce hasta ellos. Un gobierno, por amplias y
nobles que sean sus intenciones, no podría decir, por ejemplo:
“decretamos que ha
finalizado el período neoliberal en Costa Rica, y que de ahora en adelante,
damos por recuperado el proyecto nacional…”
Es obvio que los procesos sociales no se pueden decretar.
Incluso una Revolución Social, está sujeta a los plazos en que maduran y se
confirman en la conciencia de los pueblos, sus grandes determinaciones. El
neoliberalismo, por ejemplo, no dejará de existir porque lo diga una ley o una
Constitución. Porque el neoliberalismo se ha convertido en deformación
sistémica, en una suspensión y modificación radical de la evolución económica
de muchos de nuestros países.
No significa, de ninguna manera, que en nuestros pueblos
prevaleciera una economía al servicio directo de los intereses nacionales y
colectivos ni que hubiésemos derrotado los profundos lazos de dependencia y
supeditación a las economías y las políticas imperiales. Simplemente, el
neoliberalismo ha intentado borrar de un plumazo, todos los rasgos propios de
una economía y un Estado nacional independiente.
Desde comienzos de los años 80 hasta la fecha, el
neoliberalismo echó profundas raíces en toda la estructura social, económica y
política de Costa Rica. De tal suerte que desarraigarlo, requiere de un proceso
que involucre, literalmente, todas las fuerzas vivas de la nacionalidad
costarricense. Lo que sí es posible hacer es programar , aún con grandes
riesgos, es cómo y con cuáles decisiones centrales harán posible la iniciación
de ese proceso de recuperación nacional.
Aquí entra en juego un elemento decisivo. Se trata de la
unidad política de todas las clases y las fuerzas sociales, interesadas en
participar como actoras, en las tareas que implican esa recuperación.
Por “recuperación nacional” entendemos, en primer lugar, la
devolución a manos del pueblo costarricense de su irrestricta capacidad para
decidir por sí mismo, cómo y de qué manera, es posible construir una democracia
avanzada donde el bienestar de las grandes mayorías y nuestra capacidad para
tomar las decisiones cardinales, se fortalezcan día a día.
En la historia nacional costarricense, hay un hecho
particular que está presente casi desde el momento mismo en que proclamamos
nuestra independencia y nos constituimos como un Estado Nacional y Soberano. Se
trata de un espíritu abierto a los cambios, sin temor a las transformaciones
democráticas y favorable a la ejecución de importantes reformas políticas y
sociales.
Junto a esta voluntad reformista y como un hecho singular y
aparentemente contradictorio, nos manifestábamos en muchos aspectos como un
pueblo conservador, reacio a aceptar con facilidad, fórmulas políticas o
cambios que parecieran inspirados por otras realidades.
Pero ocurrió lo inevitable. El sistema capitalista local
sufrío de manera directa las consecuencias irrefrenables de la expansión del
gran capital metropolitano, principalmente estadounidense, cuyos efectos fueron
más y más notorios conforme se desarrollaba la fase imperial del capitalismo
desarrollado. Esas consecuencias, con distintas facetas, métodos o instrumentos,
las sufrimos hasta el día de hoy.
Conforme la oligarquía fue adquiriendo más y más poder,
conforme el poder político y el poder económico establecieron una alianza
poderosa, a la que se sumó la fuerza ideológica de los grandes medios de
comunicación, ese espíritu conservador se convirtió en un arma de las clases
privilegiadas para detener, sobre todo, el espíritu de solidaridad
latinoamericana y la búsqueda local por profundizar las reformas ya realizadas.
Esta característica adquirió una mayor relevancia durante el
período de la Guerra Fría. El comunismo y el socialismo fueron objeto de la
ofensiva ideológica más descomunal de la historia pero es necesario preguntarse
¿por qué se les combatía con tanta saña y encono? Porque en la mayor parte de
los países del mundo y principalmente en América Latina, las fuerzas
progresistas y de izquierda eran objeto de una persecución implacable?
Esa persecución no era simplemente una confrontación
periodística o literaria, sino que en algunos países, como en Guatemala, El
Salvador, Argentina o Brasil, por citar sólo cuatro casos, constituía una
verdadera actividad de exterminio.
Tanto los comunistas, los socialistas, los
cristianos comprometidos, los dirigentes sociales, intelectuales, campesinos o
dirigentes juveniles, eran objeto de una vigilancia constante y luego
capturados en una acción policial que generalmente terminaba con la prisión, la
desaparición y la muerte. Entonces repetimos la pregunta ¿Por qué ese encono?
La respuesta es extremadamente simple. Porque la lucha de las fuerzas
progresistas podría implicar la derrota política y económica de las clases
oligárquicas y de los grandes monopolios principalmente norteamericanos. Estas
fuerzas, bajo el amparo de las dictaduras o regímenes de apariencia
democrática, habían acumulado casi desde la Independencia, cantidades
incalculables de riquezas.
No se trataba tanto de una confrontación ideológica o
filosófica. Es que simplemente las fuerzas progresistas atentaban contra los
intereses de los grandes monopolios y sus aliados internos.
Y como resultaba
absolutamente lógico, exhibir los errores y las aberraciones del llamado
“socialismo real”, muchos de los cuales serán absolutamente reales, era sólo un
pretexto de naturaleza propagandística y publicitaria. Aun así, y sin renegar
de sus convicciones, Manuel Mora y sus compañeros, continuaron con la tarea de
adaptar sus convicciones ideológicas y programas partidarios, a las más
urgentes necesidades del país.
Los socialistas que proveníamos del Partido Socialista
Costarricense, fundado como movimiento en 1970, trabajamos también
intensamente, muchas veces en alianza directa con los compañeros de Vanguardia
Popular, en el desarrollo de tareas sociales y políticas.
También incursionamos
en las luchas campesinas y fuimos responsables de una buena parte de la
colonización de las reservas de Chambacú, en la zona norte. La culminación de
aquellos esfuerzos unitarios, fue la fundación de la coalición electoral Pueblo
Unido en 1977, que participó, con relativo éxito, en las elecciones de 1978 y
1982.
Aún en condiciones particularmente adversas, el pueblo
costarricense no dejó nunca de escuchar la voz de los luchadores y los
conductores sociales, que lo llamaban a defender los intereses de las grandes
mayorías. En estos días, cuando el tema de la ética ha retornado con particular
fuerza, en gran medida gracias al empeño de los fundadores del PAC, es justo recordar
que ese fue un tema recurrente y el empeño constante de los partidos de la
izquierda nacional, lo que quedó plasmado, de manera indeleble, en los
periódicos partidarios.
Hemos pensado, que esta particularidad ideológica de una
gran parte de la población costarricense, incluidos los trabajadores urbanos,
los pequeños y medianos agricultores y las clases medias, de combinar un
espíritu sumamente progresista por un lado y cierto conservadurismo ideológico
por el otro, le dieron un singular aporte y potencia, como contingente
electoral, intelectual y político, al Partido Liberación Nacional que
representó con gran habilidad, las características ideológicas y los intereses
inmediatos de estos sectores sociales cobijados bajo la denominación común de
“pequeña burguesía”.
El Dr. Arnoldo Mora nos explicaba magistralmente, no hace
mucho tiempo, que el movimiento armado emprendido por José Figueres en el año
48, no habría tenido éxito si no hubiese atraído a esas clases sociales, es
decir, a los campesinos y agricultores, a los pequeños y medianos propietarios
y muchos profesionales de la región central del país.
De todos modos, no deseamos ser mal interpretados. A las
grandes mayorías de los trabajadores manuales e intelectuales, junto a los
campesinos, a no pocos representantes de las clases medias e incluso un sector
muy importante del empresariado nacional, sólo puede representarlos
legítimamente, una fuerza política realmente transformadora, que con espíritu
ecuménico y pluralista, sea la heredera de las grandes corrientes progresistas
de la historia nacional y latinoamericana.
Ahora que se inicia un nuevo gobierno, el que ha declarado
su determinación de romper definitivamente con las deformaciones y las malas
prácticas políticas y éticas instauradas sobre todo en la última etapa del
Partido Liberación Nacional, es legítimo preguntarse:
¿Es acaso posible comenzar a resolver con seriedad y en el
corto y mediano plazo, la crisis económica y social por la que atraviesa
nuestro pequeño país?
¿Es posible retomar el proceso continuo de reformas sociales
que, como dijimos, fueron posibles en Costa Rica casi a partir de su
Independencia, hasta que se vieron detenidas violentamente con la instauración
del proceso neoliberal, iniciado bajo la égida de Ronald Reagan, a partir del
gobierno de don Luis Alberto Monge con las salvedades que es necesario señalar?
¿Es posible edificar un sistema social que haga posible
terminar con la pobreza, que garantice un creciente bienestar de la población,
que avance hacia la conquista de la soberanía alimentaria, junto a una adecuada
distribución de la riqueza?
Es posible, contestamos nosotros, aunque no es fácil. Las
clases acaudaladas y las grandes corporaciones han acumulado, a expensas del
pueblo de Costa Rica, sumas enormes de beneficios monetarios y políticos,
merced a mecanismos locales y externos, sólidamente instaurados en los procesos
productivos y mercantiles.
Estos sectores lograron imponer la infausta tesis de que
entre más riqueza acaparen los ricos, mayor será su capacidad de inversión y
por ende, a mayor inversión más empleo y más riqueza. En síntesis: una sociedad
sólo puede ser rica si los ricos son cada vez más ricos; el resto viene por
añadidura.
Fue el economista inglés Keynes, durante la crisis del 29 si mal no recordamos,
el que demolió esta tesis y propuso en cambio, que los ricos pagarán más
impuestos y que al mismo tiempo, el Estado gastara más, creara miles de empleos
y así despertara al propio capitalismo del letargo de la crisis.
Y aunque muchos no lo crean, todavía a estas alturas de la
historia, en estas primeras dos décadas del siglo XXI, los grupos y las fuerzas
políticas de extrema derecha en los Estados Unidos, y también en Costa Rica,
mantienen en pie su empeño por evitar que les aumenten los impuestos a las
grandes fortunas.
En verdad no hay mucho donde inventar. Si el gobierno desea
comenzar a resolver los agudos problemas del déficit e incluso de la deuda,
sólo tiene un camino de tres vías.
1- La
primera de ellas es llegar a un acuerdo consistente con las clases acaudaladas
y con el sector financiero en primerísimo lugar, que le permita recuperar
recursos monetarios crecientes provenientes del pequeño grupo de la población
que se deja un enorme porcentaje del PIB y que de inmediato, proceda a examinar
y enmendar, los gigantescos privilegios de las corporaciones transnacionales.
No se trata de espantar las inversiones ni desestimular las que ya existen,
sobre todo si generan empleos y representan intereses nacionales. Se trata de
evitar que esa brecha de desigualdad creciente se profundice, como ocurre ahora
y se comience a revertir ese proceso. Pero el resultado material no puede ser
otro que incrementar significativamente la capacidad y el volumen de la
recaudación fiscal.
2- La
segunda vía, posee una denominación reconocida pero que se ha quedado en las
palabras; se llama soberanía alimentaria. Esta soberanía, que es un ingrediente
esencial de la soberanía política, parte del reconocimiento de que los
agricultores pequeños, medianos y muchos de los grandes, más que una clase
social, son la fuerza económica y social constitutiva de la nacionalidad
costarricense. Este esfuerzo por recuperar a los agricultores como una de las
fuerzas motrices del desarrollo nacional, requiere la movilización integral de
la institucionalidad política, financiera y de servicios, cuya meta no puede
ser otra que dar un salto en la producción alimentaria, en los beneficios
económicos de los agricultores y en el grado real de su participación en las
grandes decisiones políticas del país.
3- La
tercera vía, como manifestación del poder del Estado, consiste en impulsar
grandes proyectos productivos y de servicios nacionales, cuyos mejores
antecedentes, pero que deben ser retomados y actualizados, son el Sistema
Ferroviario, hoy prácticamente desmantelado; el Consejo Nacional de Producción,
CNP, en proceso de liquidación y destrucción sistemática; el Sistema de
Servicios Aeroportuarios, inicuamente entregado a intereses foráneos; el
Instituto Costarricense de Electricidad, ICE; Acueductos y Alcantarillados,
AyA; RECOPE y el propio Sistema Municipal, que puede ser considerado como una
gran empresa nacional productiva y de servicios, en manos de las comunidades de
toda la nación.
Las nuevas empresas, con énfasis en construcción, pesca y
explotación marina e industrialización de productos locales, tendrían sobrada
capacidad para aprovechar abundantes recursos, marítimos y terrestres. Para que
no se diga que proponemos aumentar desmedidamente el tamaño del Estado, estas
nuevas empresas podrían, sin dificultad alguna, involucrar en condición de
socios a pequeños, medianos o grandes empresarios nacionales, junto a las
organizaciones sociales y cooperativas.
Al mismo tiempo, debe examinarse con
lupa ese collar de acero que nos tiene puesto, como una carlanca, el llamado
Libre Comercio y cuyo saldo espantoso es un insoportable déficit comercial. La
tesis de la promoción de las exportaciones llevada hasta sus últimos extremos,
ha sido en muchas ocasiones una maquinaria de trituración del empresariado
nacional y sobre todo, del que produce para el mercado interno.
Debemos tener en cuenta que esta crisis que padecemos,
producto del desmantelamiento institucional, es una herencia económica y política
de los gobiernos anteriores.
Pero es decenas de veces más dañina que las
pillerías de algunos malvivientes que se han enriquecido con la corrupción y el
manejo inescrupuloso del aparato del Estado.
De modo que hablamos de ÉTICA. Y
lo expresamos así, porque algunas veces se piensa que el intercambio desigual,
algunos TLC y la falta de rigor en el reparto de la riqueza social, no tienen
nada que ver con la ética y la moral.
Existen, naturalmente, la ética y la
moral personales, pero están también la ética social y política, como
principios que defienden los valores nacionales, los deberes de los gobernantes
y los derechos de los pueblos, frente a la irrefrenable codicia del capitalismo
desbocado de nuestro tiempo.
Pero no debemos olvidar que iniciamos esta reflexión cuando
decidimos hablar de la conciencia de los pueblos. Por eso debemos echar la
mirada para ver lo que ocurrió a mediados del siglo pasado.
Durante los años 1940 hasta bien entrados los años 60, se
produjeron en nuestro pequeño país, las conquistas sociales más importantes de
su historia.
Fue en este período, cuando pasamos de ser un “Estado de Derecho”,
tal como había sido edificado por los viejos liberales durante el siglo XIX, a
un “Estado Social de Derecho” gracias al capítulo Constitucional de las
Garantías Sociales y el Código de Trabajo principalmente y luego a un “Estado
Social de Derecho y de Servicio Público”.
Fue la obra de nuestros grandes
reformadores: Rafael Ángel Calderón Guardia, Monseñor Víctor Sanabria Martínez,
Manuel Mora Valverde y José Figueres Ferrer.
Éstas conquistas que todos reconocemos y admiramos,
conservan íntegro su valor social transformador y humanista. Aunque hubo sangre
e innumerables sacrificios de por medio, aquellos constructores y dirigentes
visionarios, nos ahorraron por muchísimos años, dolores y enfrentamientos aún
mayores.
El pueblo costarricense comprendió que todos los actores involucrados,
los mencionados y otros eminentes ciudadanos como el padre Volio, Rodrigo
Facio, Carlos Luis Fallas o Carmen Lira, Luisa González, Alberto Martén, Luis
Barahona, Luis Demetrio Tinoco, Arnoldo Ferreto, Jaime Cerdas, Montero Vega,
Isaías Marchena y muchos otros, fueron parte de una generación de auténticos
revolucionarios al estilo costarricense.
Allí estuvieron presentes los portaestandartes, hombres y
mujeres, del pensamiento social de la Iglesia Católica, de la Socialdemocracia,
del Comunismo y el socialismo a la tica, junto a miles de productores,
agricultores, trabajadores e intelectuales de distintas corrientes ¿Alguien
puede suponer que seríamos el país democrático y civilista de que tanto
presumimos si estas reformas no se hubieran realizado?
Hago un paréntesis necesario. Don Manuel Mora Valverde,
entrañable amigo y compañero, me contaba que, en determinado momento, el
gobierno del Dr. Calderón Guardia estaba a punto de caerse. Entonces él se
acercó y le dijo:
“Dr. Calderón, Usted
debe salvar su gobierno y llevar adelante todo lo que prometió durante su
campaña. Ahora Usted se encuentra aislado y la misma oligarquía que lo apoyó
para que fuera elegido Presidente, le da la espalda y quiere botarlo, porque le
teme a sus propuestas de reforma social. Pero Ud puede, estimado Doctor, salvar
y fortalecer su gobierno.
Pero sólo hay un camino: “¡Apóyese en el pueblo Dr.;
si el pueblo se convence de que Usted está dispuesto a servirle, le dará todo
su apoyo y no habrá fuerza capaz de impedirle gobernar!”
Ahora debemos hablar de lo ocurrido hace apenas unos pocos
años. Casi inmediatamente después de terminado el gobierno de don Rodrigo
Carazo, fuerzas económicas muy poderosas, de adentro y afuera, comenzaron a
buscar la manera de apoderarse de algunas de las grandes obras realizadas por
el pueblo de Costa Rica.
Le pusieron la puntería al ICE y se trajeron a
Millicon, una gran corporación que pretendía arrebatarnos el negocio de la
telefonía. Fracasaron. Luego se propusieron convertir algunas de nuestras
instituciones en sociedades anónimas. También fracasaron. Luego vino el famoso
combo del ICE y sufrieron una nueva derrota.
Una y otra vez, el pueblo salió la
calle y derrotó todos esos proyectos entreguistas. Al final, vino el asunto del
TLC y el pueblo costarricense dio muestras de su coraje y determinación. No fue
vencido. Al TLC lo impusieron con fraudes y malas artes, pero pocas luchas nos
dejaron mayores enseñanzas.
Y ahora, finalmente podemos caer en nuestros días. Contrario
a lo que le sucedió a Calderón Guardia que llegó en hombros de la oligarquía,
don Luis Guillermo Solís fue electo Presidente en un gesto de abrumadora
voluntad, confianza y esperanza por parte del pueblo costarricense, que no
había olvidado esas conquistas y luchas de que hablamos, pero que están a punto
de perderse ¿Quiénes deben salir a defenderlas? ¿Qué más conciencia y apoyo de
parte de nuestro pueblo necesita el Presidente para emprender los cambios
necesarios?
El pueblo sólo espera ser convocado y llamado con urgencia a
recuperar esas mismas reformas sociales que son los pilares, hoy tambaleantes,
sobre las que se levantó el Estado Social de Derecho y de Servicio Público. Sin
ellas, Costa Rica sólo sería una caricatura de democracia y sólo tendría, una
caricatura de gobierno.
Articulo: Alvaro Montero Mejía/Laura Pérez Echavarría
Fuente: Surcos
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